14/1/10


Le llegó en un paquete sin remite,
con la urgencia de un conductor llevado a prisas.
Pensó que era otra cosa, y al abrirlo,
borró la expectación y la sonrisa.

Parecía un triángulo, un tubo hueco;
acodado dos veces, con un gancho.
Pero nada tenía que arreglarle, ni tampoco
valía para hacer fijes ni apaños.

"Ni herramienta ni enfermo", pensó.
¿Qué cosa rara!
¿Se habrán equivocado al enviarlo...?
Le dio unas vueltas a la caja, al tubo,
al papel y al cartón, por fuera, dentro...

Cayó un papel que le rezaba: "Fidel, arréglalo",
no había duda.
Fidel se vio en la obligación de repararlo.
Sin saber ni con por ni sin ni nada.

Dejó de lado los puentes y las almas,
el secado de tablas y barnices.
Se ocupó solamente del triángulo,
que a cada desdoblar, daba matices.

No supo nunca si las notas
serían las que el dueño precisaba.
Cambió el pulido, la distancia al gancho,
acortó un poco el tubo, pero nada.

Sentía que su afán era vacío,
que no cabía un gesto más que hacerle,
decidió que después de todo aquello,
el tiempo había sido tan perdido...

Que envolvió aquel triángulo en su caja,
después de haber probado que sonaba,
igual que el dia que llegó a su manos.
Quizá no había nada que cambiarle,
quizá quien lo mandó no lo escuchaba.

Y así dio la reparación por terminada,
satisfecho de haber aprendido a pensar,antes,
que algunas cosas son mejor tal cual estaban.

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