4/3/10

La librera de Moscú


Renqueante y en bata,
ajustada a un jersey,
pelo ondulado y gris tabaco.
Así te despachaba la librera.

Antes, el protocolo previo.
Cita, revisión ocular tras el cartel "cerrado",
desprecio y complicidad tras el clic del pestillo,
y una vez dentro, el olor de lo virgen, de los textos no impresos.

Restos de té salpicando la mesa, vasos por pares
recordando que hay más, que existen y desean.
Pero siempre, a solas con la librera.

Respetando el silencio preciso, las palabras espesas,
sujetando las ganas de subirse en su lugar
al altillo trasero, esperando que no se cayera y que se diera la vuelta,
libro en mano.
Esperando con el corazón acelerado, encuadernado.

Después de tantos años ya,
la librera no vive. La tienda es otra cosa.
Probablemente una inmobiliaria o una aséptica oficina import export.
Después de tantos años es difícil creer
que aquéllos textos ofendieran.
Ahora ya,
sin polvo, sin tés, sin escondrijos.
Sin libros trucados ni comercio justo.

Ese espléndido comercio de jugarse la vida,
ofreciendo lo que no existe, a los amantes invisibles.

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